Tres razones para que su matrimonio no fracase
Si usted tuviera ocasión de revisar, como en una película a colores, cuáles fueron las últimas semanas que pasaron Santiago y Adalgiza antes de contraer matrimonio, encontrará que eran dignas de constituir el argumento de una novela. Los dos estaban muy enamorados, o al menos así lo demostraban.
Las llamadas telefónicas a sus lugares de trabajo eran constantes. Siempre con un “Te amo”, pronunciado con tanta emoción, que fácilmente se podría intuir que lo que estaban hablando a mirar sus rostros radiantes de alegría.
Planearon todo meticulosamente, siempre de acuerdo: el estilo de los muebles del hogar, el color pintura con la que decorarían todas las habitaciones, un presupuesto tentativo y los trajes que utilizarían en la boda. No dejaron escapar ningún detalle.
Ese clima amoroso prosiguió... hasta que tuvieron el primer enfrentamiento. Ocurrió dos semanas después de casados. No se ponían de acuerdo en cuanto a las prioridades que debían cubrir con sus ingresos económicos. Ese fue el comienzo de la debacle. El inicio de una caída sin proporciones hasta que –tiempo después — -tomaron la decisión de separarse.
Un caso aislado en la infinidad de matrimonios que terminan en ruptura, sentando bases para una crisis sin precedentes que enfrenta la célula fundamental de la sociedad. Múltiples factores inciden en que se haya minado una institución milenaria, concebida por Dios desde la misma creación.
Crisis en los matrimonios
Un fenómeno que reviste preocupación es el volumen de personas que desechan el matrimonio para tener un re-casamiento.
La razón en apariencia es sencilla debido al auge de los divorcios, de tal manera que –cuando contraen matrimonio— los componentes de la pareja creen que están participando en algo así como una lotería.
— Voy a casarme… Ojalá me vaya bien— dijo una joven con quien dialogué recientemente, mientras me desplazaba en avió hacia Bogotá.— Apenas hace seis meses conozco a mi novio, pero me parece buena persona — , argumentó la chica.
Pareciera que infinidad de parejas, cuando deciden casarse, se someten a algo así como la “buena suerte”, que dicho sea de paso no existe. Lo que hay son las bendiciones de Dios, que es un asunto bien distinto.
Ante esta realidad, ¿qué hacer?
Es fundamental que involucremos a Dios en la relación matrimonial. Un hogar en el que no reina Jesucristo, amenaza con precipitarse al abismo porque no solo los hijos sino los componentes de la pareja, se verán bombardeados con toda suerte de engaños de Satanás en procura de que se produzca el desmoronamiento y ruptura de la unión.
Hay tres principios que le invito a considerar si desea que su matrimonio permanezca firme:
1.- Es necesario reconocer la indivisibilidad del matrimonio.
Cuando Dios concibió la unión conyugal, la diseñó para que tuviera sostenibilidad en el tiempo, tal como lo señalan las Escrituras:“Por eso el hombre dejará a un padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos llegan a ser una sola persona” (Génesis 2.24. Versión Popular).
El propio Señor Jesús reafirmó este principio cuando dijo:“Así que ya no son dos, sino uno solo. De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido” (Mateo 19:5, 6. versión Popular). Por tanto, Él no avaló la separación conyugal y dejó sentado que no estaba en los planes de Dios (Cf. 1 Corintios 7:10).
Ahora, si tuviéramos la oportunidad de interrogar a nuestro amado Padre respecto a cuál es su criterio sobre el matrimonio, nos respondería tal como lo anota la Biblia: “Encontrar esposa es encontrar lo mejor: es recibir una muestra del favor de Dios” (Proverbios 18:22 VP).
Es fundamental que valoremos la persona que Dios pone en nuestro camino y con quien llegamos a contraer matrimonio.
2.- El adulterio atenta contra la institución familiar.
Hace unos cuantos años el adulterio despertaba escándalo en la sociedad. En el pueblo en el que vi transcurrir mi lejana juventud, el adúltero era blanco del señalamiento de todos. No lo apedreaban porque— por supuesto— era ilegal; pero no dudo que lo hubieran hecho. Esa constituía una enorme presión para quienes dejaban entrever la posibilidad de tener un desliz.
Lamentablemente hoy no ocurre igual. Conocer sobre alguien que falló a su cónyuge, no despierta más que un comentario superficial, como si se tratara de algo común. Y tal vez es así, como se corrobora al leer de nuevo las estadísticas que acompañan este estudio bíblico.
¿Qué dice la Biblia? Es enfática en rechazar el adulterio. Es una ofensa delante del Señor: “¿Y aún preguntan ustedes por qué? Pues porque el Señor es testigo de que tú has faltado a las promesas que le hiciste a la mujer con quien te casaste cuando eras joven. ¡Era tu compañera, y tú le prometiste fidelidad!” (Malaquías 2:14).
Es más, las Escrituras indican que es con el cónyuge con quien se debe disfrutar al máximo todo el acopio de sentimientos que rodean una relación, lo mismo que la sexualidad: “Calma tu sed con el agua que brota de tu propio pozo. No derrames el agua de tu manantial; no la desperdicies derramándola por la calle. ¡Bendita sea tu propia fuente!!Goza con la compañera de tu juventud, delicada y amorosa...” (Proverbios 5:15-19 a. Versión Popular).
El ciclo de la familia no debe truncarse sino proseguir, tal como está en la voluntad divina.
3.- Es necesario recobrar el respeto muto en el matrimonio.
Una joven a la que acompañé en Consejería Pastoral luego que incurrió en infidelidad matrimonial, esgrimió el siguiente argumento: “Le falté a mi esposo porque él me falló primero. No creo que haya hecho nada malo porque simplemente le pagué con la misma moneda.”
Como ella, sin duda muchas personas piensan igual. Les asiste el convencimiento de que si les son infieles, deben obrar en consonancia. Pero tal filosofía riñe con la Biblia cuando leemos: “Que todos respeten el matrimonio y mantengan la pureza de sus relaciones matrimoniales; porque dios juzgará a los que cometen inmoralidades sexuales y a los que cometen adulterio...” (Hebreos 13:4. Versión Popular).
Hay aquí un concepto que deseo compartirles. Por supuesto, sé que muchos estarán en contra. Lo digo porque así lo leo en los textos sagrados: Se es infiel con el pensamiento e incluso, apreciando imágenes pornográficas. Si con escenas eróticas e incluso con lo que pienso, concibo siquiera la fantasía de sostener un encuentro sexual con alguien distinto a mi cónyuge, ¿no es acaso infidelidad?. El concepto bíblico del versículo que estamos leyendo es “inmoralidad sexual”, la que sin duda alguna abunda en nuestro tiempo.
Quienes acarician tales pensamientos obra de acuerdo con aquello que están sembrando en su mente y en el corazón, como lo anota el apóstol Pablo: “Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas...” (Gálatas 5:19. Versión Popular).
Comportarnos así nos aleja del gobierno de Dios, tal como lo advierte la Biblia: “Pues tengan por cierto que quien comete inmoralidades sexuales, o hacen cosas impuras, no se dejan llevar por la avaricia (que es una forma de idolatría), no puede tener parte en el reino de Cristo y de Dios.” (Efesios 5:5. Versión Popular).
La solución está en permitir que Dios ocupe el primer lugar en la relación matrimonial. Y si surgen problemas, es menester ir también a Él. Con su divina ayuda es posible encontrar salidas a los períodos de crisis.
Es probable que su hogar esté convertido en un caos. No hay entendimiento con su pareja. Enfrentan choques permanentes y cada nuevo enfrentamiento genera nuevas heridas emocionales. Es probable incluso que considere que no hay alternativa. Lo ha intentado todo pero nada resulta. ¿Ya entregó ese problema al Señor Jesucristo? Hágalo. Los resultados le sorprenderán...
Y si no ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, le invitamos para que lo haga. Puedo asegurarle que es la mejor decisión que jamás podremos tomar. Cristo transforma nuestra vida y el matrimonio.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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